MASCOTA
Entre todos los peluche heredados, elegí estar acompañado siempre por Pelusa, un perro mediano con orejas largas mitad blanco y mitad marrón.
Cada tanto apoyaba mi oreja a su hocico y soñaba que me diría algo pero no,
mi amigo seguía sin hacer un solo ladrido.
Enfrenté a mi mamá y
le expliqué que necesitaba un perro de
verdad para jugar con él y para que me acompañara al colegio.
-Vivimos en un departamento, hay que cuidarlos, vacunarlos y
sacarlos de paseo . En esta casa no podemos tener un perro- Afirmó. Como tenía algo de razón empecé a llevar a Pelusa al colegio escondido en la mochila.
Al regresar a casa le tiraba palitos y pelotas para que los fuera
a buscar, pero él seguía indiferente.
Una tarde decidí ir a dar una vuelta a la manzana en la bici,
acomodé a mi peluche sobre la ventana para
que pudiera ver mis destrezas con sus ojos de vidrio.
Cuando llegué a la
esquina me caí con el rodado encima, sólo atiné a decir ¡AYUDA!...
Me vino a socorrer Pelusa, mi grito de desesperación hizo por
fin el milagro, su corazón saltaba en
cada ladrido, sus orejas volaban cada vez que me lamía.
Como sólo no podía socorrerme fue a buscar a mamá, ella no podía creer lo que veía,
el perrito moviendo la cola la llevó donde yo estaba.
Así fue como tuve un
perro de verdad con ojos soñadores, me acompaña al colegio y me trae
de regreso palitos y pelotas que le tiro con un beso.
Adriana Rolando
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